martes, agosto 18, 2009

Mi vida con Samuel


Samuel significa horas sin dormir, cansancio crónico y dolor de espalda. Ya no hay tiempo para nosotros, las salidas nocturnas son cuentos del pasado, ir a restaurantes es luchar para que no llore, que se quede quieto en la silla, o en su coche, que juegue tranquilo con sus juguetes y nos deje disfrutar de la comida que tenemos enfrente.

Nos pasamos el día ingeniando nuevas formas para hacerlo dormir… paseos en bandolera, en coche, en auto, desmayarlo de teta y mamadera. También nos acostamos con él (y aprovechamos de dormir su buena siesta) y a veces nos rendimos a su negativa de siestas. Entonces el día se pasa en tratar de mantenerlo contento e interesado, que aprenda a jugar solito y no siempre con papá y mamá haciéndolas de monos. Cruzamos los dedos porque no esté lloviendo para salir con él, que prefiere mil veces andar callejeando que en la comodidad de su casa.

Cuando Samuel duerme no queda tiempo para descansar. El hostal necesita aseo, el almuerzo tiene que cocinarse, un alto de ropa sucia llora por la lavadora. Mi marido me extraña, yo me extraño, pero no queda tiempo para lamentos. Nos dividimos las tareas igual como asumimos la responsabilidad de criar a nuestro hijo.

No siempre hay tiempo para ducharse, menos ahora que vivimos en el hostal y compartimos la ducha con nuestros pasajeros. Samuel y ellos vienen primero. Cuando al fin encuentro algo de tiempo disfruto a concho esos minutos bajo el agua, el cuerpo relajado y los ojos cerrados, tratando de no pensar en nada. Son momentos gloriosos.

A las seis se me acaba el día y comienza la rutina para hacerlo dormir. Tina, masajes, teta y cuna. Por suerte a esta hora de la tarde la cosa si funciona y bebé cae rendido a los brazos de Morfeo, a veces sin resistencia, otras imponiendo su fuerte carácter. Entre pitos y flautas ya son las 9, hora de comer y ver las noticias, actualizarnos un poco en el Internet (Facebook, msn y el correo) y tratar de charlar un rato, aunque a veces el cerebro esta tan agotado que no da para mantener una conversa coherente. Antes de dormir siempre cruzo los dedos y le pido a los magos que no dejen que Samuel se despierte muy temprano, que duerma de corrido, que no llore en medio de la noche. Cada día creo menos en la magia y más en la fuerte personalidad de mi hijo. Una buena noche despierta sólo una vez….. cambio de pañales, teta y vuelta a la cuna. Una mala puede ser que nos tenga despiertos hasta la madrugada. Te toca a ti, le digo a mi negro. Y así nos pasamos hasta que la luz de la mañana alumbra nuestra habitación, nosotros rendidos y él, mi niño, sonriendo fresco y feliz.

Nadie me dijo que sería tan difícil, que estaríamos tan cansados y que nuestras vidas quedarían tan olvidadas. “Cuando seas madre entenderás” solía decirme la mia cuando me daban las rabietas o no comprendía su postura. Ahora que lo soy sólo entiendo que el instinto supera todo nivel de agotamiento, dándome la claridad mental para saber exactamente que necesita o que le sirve a mi Samuel, que soy capaz de sostenerlo mil horas sin sentir cansancio o dolor alguno y, que al momento de ponerlo en su cuna o silla o en brazos de su padre, mi cuerpo se vuelve de arena y a penas es capaz de sostenerse.

Después de todo creo que me he vuelto masoquista. Amo infinitamente cada uno de estos momentos, inclusos esos cuando lo quiero tirar por la ventana. No cambiaría ni un segundo de estos seis meses junto a Samuel, que es la luz de mi vida y sin él ya no podría existir. Crece a una velocidad vertiginosa, en un pestañeo ya cumple medio año… me emociona verlo tan lindo, tan grande y tan feliz. Amo a este ser diminuto con todo mi corazón, tanto como amo al hombre que me ayuda a criarlo. Definitivamente mi vida a cambiado, pero para mejor.