lunes, octubre 16, 2006

YOU’RE THE ONE


A veces nos damos cuenta demasiado tarde de lo que tenemos frente a nuestras narices. Otras nos da tanto susto que nos paralizamos. Es que vivir sin grandes sobresaltos es más fácil que sufrir por el amor de tu vida. ¿Qué pasaría si lo perdemos? O si finalmente no era lo que pensábamos?.
Últimamente yo me siento valiente. Prefiero afrontar la realidad, jugar mi última carta, y ver si gano o pierdo el pozo acumulado. Al final no tengo nada que perder y si mucho que ganar, no?. La decisión no fue fácil, me la pase engañando mi corazón con palabras dulces, racionales y muy convincentes. Pero al final llegó un terremoto a remecer esos sentimientos dormidos y no hubo dialogo posible.
Me tiré a la piscina, con todo el miedo que eso significa. Y ahora ya nada me detiene. Los costos fueron mucho más grandes de lo que esperaba, pero no me arrepiento de nada. Hoy podría despedirme de este mundo sin sentir que dejo algo inconcluso; sé que entregué todo lo que tenía, di todo el amor sin esperar nada a cambio.
En medio del remezón, algo mucho más fuerte rompió con mi mundo. Mi bella gata, Anais la coqueta, partió de mi lado. Se fue sin que nos diéramos cuenta, como tantas otras veces lo había hecho. Algo dentro de mi me decía que no iba a volver, que no sacaba nada con llamarla o buscarla, pero me hice la tonta. No quise pensar mucho en ella, ya pondría toda mi atención en buscarla si no aparecía. Y pasó el fin de semana, paso el lunes y el martes, llego la lluvia y ella no maulló afuera de la ventana.
Me negaba a buscarla, no quería saber la verdad. Pero mi amor por ella fue más grande que el miedo y finalmente lo hice, sólo para enterarme que mi niña había muerto y me esperaba para que la rescatara. La encontré en la basura, sucia y fría. Su pelaje soberbio estaba todo mojado y engrasado, pero dentro de toda esa violencia estaba ella… seguía siendo la gata hermosa que tanto amor me dio.
No fui capaz de tomarla en mis brazos, me sentía avergonzada de no haber estado con ella para darle su último cariño. Ahí me quedé, apoyada en el basurero, acariciando su cabecita inherte y llorando por ella, por mí y por nosotros. Quería que todo fuera una pesadilla, rogué despertar y que ella estuviera durmiendo a mi lado, ronroneando feliz en la calidez de mi cama. Pero no, esta vez no iba a despertar. No pude hacer nada más que llorar y compartir mí pena con quienes más amo, y quienes más la amaron. Y claro, lo llamé sin siquiera pensarlo, como una especie de acto reflejo, buscando en su voz el consuelo a tanto dolor. Aunque en realidad nada podría apaciguar mi tristeza, me pareció justo compartir ese momento con la única persona que lo entendería, el único que amaba tanto como yo a Anais. Él único que Anais amaba como me amaba a mí.
Mi gata duerme en el San Cristóbal, abrigada con su manta y acompañada de su juguete favorito, la pelotita de goma que una vez él llevó a casa. Mi gata y su gato se fueron en menos de 20 días, dejándonos un vacío enorme. Pero también muchísimos hermosos recuerdos que no los borrarán ni el tiempo ni nadie.
Yo me siento fuerte, sé que me he dado por completo a quienes amo, que no me he guardado de sufrir ni de sentir. Quizás ya es demasiado tarde para ciertas declaraciones, pero la vida me ha enseñado que lo único irremediable es la muerte. Tu y yo le hemos coqueteado muchas veces, las suficientes como para perder el miedo a la vida. Sólo me alegro de nunca haber desperdiciado un momento con quien ya no está más a mi lado.
Les pido mil perdones si no soy muy coherente pero estas letras las escribo en medio del caos que tengo en mi cabeza. Me va a costar retomar el camino sin la fuerza que Anais me daba. Flora y yo la extrañamos mucho, nos sorprendemos buscándola en medio de la noche. Estamos tristes y no nos conformamos aún con su partida. Soy una amalgama de emociones, mezcla de todo lo que me pasó en una corta semanita… o más bien lo que me viene pasando hace un corto añito.
Prometo próximamente un texto más ordenado.