lunes, septiembre 22, 2008

vida de casada



Han pasado dos semanas y 3 días desde que te dijimos que si. Una semana y 4 días desde que te fuiste a trabajar. 16 semanas desde que cachorr@ nos acompaña, creciendo en mi panza.

El tiempo me sobra y me dedico a cuantificarlo en días, horas, semanas y eternos segundos. Aunque nada a cambiado, ni nuestro amor ni el que cada día sentimos por nuestro hij@, todo es diferente. En las mañanas lo primero que hago es vestir mi dedo con el hermoso anillo que nos une y soy feliz. Voy al baño, miro en el espejo mi vientre y el tesoro que ahí dentro guardo y soy feliz. Es un sentimiento difícil de explicar, una mezcla de paz y alegría medio caótica, la nostalgia por tu ausencia y la ansiedad de ver la cara de nuestr@ bebit@.

Ha sido genial ver coincidir el inicio de mi segundo trimestre con la nueva etapa que Iván y yo comenzamos a construir. Pocos días antes de nuestro matrimonio comencé a revitalizarme, la energía fue inundando todo mi ser y las nauseas y malestares me abandonaron definitivamente. La panza comenzó a mostrarse, ya más durita y claramente agrandada por el bebé y no por el pan. Ahora espero ansiosa la llegada de mi marido para mostrarle orgullosa cuanto hemos cambiado, poroto y yo.

No tengo mucho que escribir, me devoro los sentimientos y no me queda espacio para explicarlos. Si no fuera por esta necesidad casi patológica de publicar todo, incluso lo más mio, estaría en un silencio tan obstinado como el de tanino. Pero soy mujer, no puedo contener todo esto que siento y el blog sigue siendo un escape, un maravilloso escape.